MEMORABILIA V:
DOS
GOTAS DE AGUA
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David "La Cachaza" Hernandez en Independiente Santa Fe |
A finales de la década de los noventa cuando me
encontraba en las doradas y florecientes épocas del colegio, eran habituales las
furiosas pero agradables polémicas de los lunes con mis entrañables compañeros de
entonces sobre el rentado nacional. De ese montón de historias recuerdo una en
especial que me divirtió mucho: dentro de las mitologías de los clásicos
capitalinos de esa época, existía una fijación especialmente de los hinchas de
Millonarios (uno de mis amigos/polemistas era uno de ellos) hacia el volante
de recuperación de Independiente Santa Fe que en ese momento llevaba el número
20 en su espalda, David “La Cachaza”
Hernández. “La Cachaza” cargaba sobre sus hombros el odio y la burla de los hinchas de Millonarios, quienes veían en él a
un espécimen futbolístico ajeno y contrario a los valores estéticos del balonpie en general y por supuesto de su “Ballet Azul” en particular.
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(izq-der) .Ivan Lopez y "Cachaza" |
¿Cuál era el
problema con “La Cachaza” Hernández?.
Santa Fe era entonces un club que vivía en la necesidad económica y como tal
había pasado situaciones propias del arrendatario promedio: la alcaldía había
echado con retroexcavadora al club del Parque de la Florida por no pagar el
arriendo, y era muy común leer en los periódicos deportivos el que a los
jugadores no les pagaran a tiempo.
Además sus grandes figuras, las de mostrar eran pocas o mejor una sola,
el lateral derecho Iván López (si bien Agustín Julio estaba como arquero
titular sus actuaciones eran discretas). Las nuevas figuras eran cosa de una
fecha o dos como fue el caso de Luis Moreno Murillo a quien la tribuna bautizó
como “momó” con la idea de
inmortalizarle, cosa que nunca pasó. Así las cosas y ante la avalancha de
nuevas figuras de su rival de patio la hinchada opto de manera casi desesperada
a abrazar a sus referentes más cercanos a su corazón a si estos estuvieran
lejos de su paladar futbolístico. Allí estaba “Cachaza” Hernández un volante recio, tosco que con su titularidad y
su lucha personificaba los valores de una hinchada que no encontrando otra
opción lo llevó a la cúspide de sus cánticos. Su lado flaco y el que todos los
otros hinchas usaban como blanco, esto era, su apariencia pasó a ser una sólida defensa de su condición de ídolo: “Cachaza” fue desde entonces, por sobre
todas las cosas y por todas sus cosas un jugador de las entrañas del pueblo
santafereño. Una suerte de Sansón cardenal.
Mi amigo era un ferviente hincha azul y su tío, un
oficinista bancario le había inculcado ese amor y fidelidad por "los embajadores" y sus símbolos. La forma de llevarlos a la práctica era apuntarle al lado más
flaco de su clásico rival. Ese lado flaco y colateral era ni más ni menos que “La Cachaza” Hernández. El tío de mi
amigo solía realizar este ritual: antes de cada clásico capitalino preparaba
su voz en casa, de los tonos más graves a los agudos para luego salir con su
sobrino rumbo al estadio de la 57. Estando allí y sin cantar ni una sola
estrofa de los himnos de Colombia y de Bogotá él profería su proclama de lealtad en
el silencioso entreacto de los himnos: “¡Cachaza
Hijueputa¡”, “¡Cachaza Hijueputa¡”.
Al unísono, con toda la fuerza que le daba el gaznate y como si fuese un plegaria
entre himno e himno, su tío la repetía en cada clásico al que asistía religiosamente
con el consentimiento y la risa cómplice del resto de la impávida audiencia.
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Oseas Reis Dos Santos, delantero de Palmeiras en 1.999 |
Durante mucho tiempo pensamos que “La cachaza” Hernández y su continua lucha con el balón no tenía
igual, pero el tiempo nos mostró lo contrario. Se había jugado la final de la
libertadores de 1999 entre Palmeiras y el Deportivo Cali, en la que ganó el
"verdao" que por aquel entonces dirigía Luiz Felipe Scolari. Aquella
noche hizo su aparición dentro del
plantel de los ganadores con el numero 9 una versión brasileña de nuestro
venerado “Cachaza”, ese exótico
jugador era “Oseas”, quien en cada
minuto del partido mostró una presencia "asustadora" y "cavernaria"
además de una continua lucha con el balón, situación que nos remitió
inmediatamente a los campos del rentado nacional. “Oseas” y “Cachaza” eran la versión
del hombre duplicado de Saramago pero en fútbol. Es más, tiempo después supimos
que compartían a la distancia y sin conocerse los mismos rituales de “belleza” con
el cuidado de sus “crines” antes de cada partido.Su parecido físico era inobjetable y su desempeño contra
la pelota increíblemente también lo eran. Si la generación de los ochenta “disfrutó”
del fútbol del “salvaje” Rojas a
nosotros nos correspondió ver el fútbol de “La
Cachaza” Hernández y su gemelo brasileño “Oseas”. Estaba claro entonces que el legado de los ochenta se mantenía
intacto aquí y allá.
Curiosamente el remoquete de “Cachaza” hacía referencia a
ese trago de origen brasileño que se destila de la caña y que es amargo en el
paladar pero dulce en la resaca. Así nos ocurrió con sus actuaciones dentro y
fuera de la cancha, que nos llevaron de la amargura visual a la dulce risa que
embriaga la memoria. Gracias muchachos[1].
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