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sábado, 27 de mayo de 2017

MEMORABILIA V:

DOS GOTAS DE AGUA

David "La Cachaza" Hernandez en Independiente Santa Fe

A finales de la década de los noventa cuando me encontraba en las doradas y florecientes épocas del colegio, eran habituales las furiosas pero agradables polémicas de los lunes con mis entrañables compañeros de entonces sobre el rentado nacional. De ese montón de historias recuerdo una en especial que me divirtió mucho: dentro de las mitologías de los clásicos capitalinos de esa época, existía una fijación especialmente de los hinchas de Millonarios (uno de mis amigos/polemistas era uno de ellos) hacia el volante de recuperación de Independiente Santa Fe que en ese momento llevaba el número 20 en su espalda, David “La Cachaza” Hernández. “La Cachaza” cargaba sobre sus hombros el odio y la burla de los hinchas de Millonarios, quienes veían en él a un espécimen futbolístico ajeno y contrario a los valores estéticos del balonpie en general y por supuesto de su “Ballet Azul” en particular.

(izq-der) .Ivan Lopez y "Cachaza"
¿Cuál era el problema con “La Cachaza” Hernández?. Santa Fe era entonces un club que vivía en la necesidad económica y como tal había pasado situaciones propias del arrendatario promedio: la alcaldía había echado con retroexcavadora al club del Parque de la Florida por no pagar el arriendo, y era muy común leer en los periódicos deportivos el que a los jugadores no les pagaran a tiempo.  Además sus grandes figuras, las de mostrar eran pocas o mejor una sola, el lateral derecho Iván López (si bien Agustín Julio estaba como arquero titular sus actuaciones eran discretas). Las nuevas figuras eran cosa de una fecha o dos como fue el caso de Luis Moreno Murillo a quien la tribuna bautizó como “momó” con la idea de inmortalizarle, cosa que nunca pasó. Así las cosas y ante la avalancha de nuevas figuras de su rival de patio la hinchada opto de manera casi desesperada a abrazar a sus referentes más cercanos a su corazón a si estos estuvieran lejos de su paladar futbolístico. Allí estaba “Cachaza” Hernández un volante recio, tosco que con su titularidad y su lucha personificaba los valores de una hinchada que no encontrando otra opción lo llevó a la cúspide de sus cánticos. Su lado flaco y el que todos los otros hinchas usaban como blanco, esto era, su apariencia pasó a ser una sólida  defensa de su condición de ídolo: “Cachaza” fue desde entonces, por sobre todas las cosas y por todas sus cosas un jugador de las entrañas del pueblo santafereño. Una suerte de Sansón cardenal.  

Mi amigo era un ferviente hincha azul y su tío, un oficinista bancario le había inculcado ese amor y fidelidad por "los embajadores" y sus símbolos. La forma de llevarlos a la práctica era apuntarle al lado más flaco de su clásico rival. Ese lado flaco y colateral era ni más ni menos que “La Cachaza” Hernández. El tío de mi amigo solía realizar este ritual: antes de cada clásico capitalino preparaba su voz en casa, de los tonos más graves a los agudos para luego salir con su sobrino rumbo al estadio de la 57. Estando allí y sin cantar ni una sola estrofa de los himnos de Colombia y de Bogotá él profería su proclama de lealtad en el silencioso entreacto de los himnos: “¡Cachaza Hijueputa¡”, “¡Cachaza Hijueputa¡”. Al unísono, con toda la fuerza que le daba el gaznate y como si fuese un plegaria entre himno e himno, su tío la repetía en cada clásico al que asistía religiosamente con el consentimiento y la risa cómplice del resto de la impávida audiencia.

Oseas Reis Dos Santos, delantero de Palmeiras en 1.999

Durante mucho tiempo pensamos que “La cachaza” Hernández y su continua lucha con el balón no tenía igual, pero el tiempo nos mostró lo contrario. Se había jugado la final de la libertadores de 1999 entre Palmeiras y el Deportivo Cali, en la que ganó el "verdao" que por aquel entonces dirigía Luiz Felipe Scolari. Aquella noche hizo su aparición dentro del plantel de los ganadores con el numero 9 una versión brasileña de nuestro venerado “Cachaza”, ese exótico jugador era “Oseas”, quien en cada minuto del partido mostró una presencia "asustadora" y "cavernaria" además de una continua lucha con el balón, situación que nos remitió inmediatamente a los campos del rentado nacional. “Oseas” y “Cachaza” eran la versión del hombre duplicado de Saramago pero en fútbol. Es más, tiempo después supimos que compartían a la distancia y sin conocerse los mismos rituales de “belleza” con el cuidado de sus “crines” antes de cada partido.Su parecido físico era inobjetable y su desempeño contra la pelota increíblemente también lo eran. Si la generación de los ochenta “disfrutó” del fútbol del “salvaje” Rojas a nosotros nos correspondió ver el fútbol de “La Cachaza” Hernández y su gemelo brasileño “Oseas”. Estaba claro entonces que el legado de los ochenta se mantenía intacto aquí y allá.

Curiosamente el remoquete de “Cachaza” hacía referencia a ese trago de origen brasileño que se destila de la caña y que es amargo en el paladar pero dulce en la resaca. Así nos ocurrió con sus actuaciones dentro y fuera de la cancha, que nos llevaron de la amargura visual a la dulce risa que embriaga la memoria. Gracias muchachos[1].


[1] Este breve relato hace las veces de humilde homenaje a la amistad que me brindaron Sergio Andres Fernández, Luis Eduardo Ortiz y Pablo Miller Navarro en aquellos tiempos dorados del I.T.D.

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